¿De verdad es tan perniciosa aquella porción de naturaleza salvaje que surge de forma espontánea a nuestro
alrededor y que incluso la denominamos “maleza”?¿Cuánto daño provoca? Incendios,
basura, desbordamientos de ríos, etc. Parece ser la culpable de todo ello. Por
esto me gustaría reflexionar, mínimamente, sobre los supuestos daños que
ocasiona.
Es innegable que el hecho de que
se utilice el propio término de maleza para definir la “espesura que forma una
multitud de arbustos como zarzales, jarales…”
(tal y como figura en el diccionario de la RAE), subraya algún tipo de
prejuicio a una comunidad. Es razonable entender, entonces, que dicho prejuicio
se produce cuando esa vegetación entorpece alguna actividad (o se convierte en incompatible
con aquella), como ocurre por ejemplo con la agricultura.
Pero desde el momento en que esta
naturaleza no condiciona una labor este tipo, dicha justificación ya no goza de
la misma validez. El centro de gravedad de las críticas se desplaza entonces al
ámbito de lo estético. Y de ahí que surjan artículos como el que leí hace un
mes en la prensa gallega sobre las molestias que causa la maleza.
Las quejas allí eran numerosas, pues “la hierba lo invade todo sin remedio”, hasta
el punto de definir como un error el permitir el crecimiento de las mismas en
lugares con atractivo turístico. Al parecer, no conviene dar a entender que
permitimos ese crecimiento en espacios que deben funcionar como “cartas de presentación
para el turista”.
Por otro lado, es habitual el establecer
una relación directa entre las plantas y los problemas originados en el lugar
donde crecen, cuando somos nosotros mismos los que creamos dichos inconvenientes
en realidad. ¿Acaso los plásticos, pilas y demás desperdicios se sienten
atraídos por Rubus ulmifolius o Lamium purpureum, entre otras?
Me gustaría recordar tres
conceptos ligados a estos espacios que los hacen ricos e importantes para
nuestro bienestar:
Plantas pioneras: son plantas
colonizadoras de crecimiento rápido que se establecen en lugares desnudos preparando
el terreno para que se instalen otras especies más exigentes.
Biodiversidad: variabilidad de
organismos vivos de cualquier fuente, incluidos, entre otras cosas, los
ecosistemas terrestres y marinos y otros sistemas acuáticos, y los complejos
ecológicos de los que forman parte; comprende la diversidad dentro de cada
especie, entre las especies y de los ecosistemas. (Convenio sobre Diversidad
Biológica, 1992)
Infraestructura verde: concepto
utilizado para referirnos a la matriz que conecta los espacios verdes que se
hallan en la urbe con los de su entorno.
Cada día existen más autores
(arquitectos, biólogos, paisajistas…) que defienden la conservación de los espacios
donde crecen plantas pioneras (terrenos abandonados en las ciudades, cunetas,
periferias, márgenes…) como refugios para la biodiversidad, creando una red de espacios verdes conectados
(infraestructura verde) que permitan un flujo de estas especies manteniendo el
buen estado de los ecosistemas. Aún así , la explicación del por qué se emplean
estos nuevos argumentos de conservación suele resultar un tanto abstracta para
algunos sectores de la población, a pesar de que esos mismos sectores suelen postularse
a favor de otras iniciativas ecológicas.
Esto hace que me plantee algunas
cuestiones, ¿Conservación sí, pero lejos de nuestras casas? ¿Conservación sí,
pero en lugares destinados para ello (parques naturales, por ejemplo)?
Retomamos de nuevo el argumento
de la estética como excusa para
entender este tipo de comportamientos. La maleza ya no dificulta actividad
humana alguna, pero seguimos con la idea errónea de que los retales de
vegetación silvestre son desagradables, que “deslucen” el lugar: “los vecinos se quejan de la imagen descuidada que ofrece la villa“.
Las prioridades de la sociedad han
cambiado pero no su visión sobre este tipo de naturaleza. Detrás de todo esto
suele estar el dominio que el hombre intenta ejercer sobre ella. Y ahora sí estamos en condiciones de volver
al inicio del presente texto: los matorrales no originan los incendios, es el
hombre quien los provoca por considerarlos “nocivos”. De nuevo: los problemas
de salubridad en determinados terrenos en desuso, por ejemplo, son causados por
aquellos que se consideran autorizados para depositar los desechos que generan
al identificar unas hierbas altas con un vertedero. Los desbordamientos de los ríos no se acentúan porque haya demasiada vegetación en sus orillas, ¿acaso nadie se ha parado a
pensar en que la flora sólo realiza su función? Somos nosotros los que, en
realidad, transforman las condiciones originales del río construyendo ridículos
paseos fluviales que no respetan la vegetación de ribera, que cambian sus cotas
y que, además, obligan a un mantenimiento que no siempre es sostenible (al
referirme a un mantenimiento no me refiero al desbroce, sino a retirar la
basura de las papeleras o arreglar los desperfectos ocasionados por los vándalos).
Con esto no quiero dar a entender que no se pueda, o se deba desbrozar, sino
que en muchas ocasiones esa “limpieza” es desproporcionada y responde sólo a un
justificación arbitraria.
Creo que ha llegado el momento de abogar por un cambio en nuestra mirada. La observación y comprensión de
los procesos y funciones de la naturaleza es vital para que este cambio se
produzca, pero también debemos localizar y erradicar clichés anticuados. Coexistimos, nos ayudamos,
todos somos necesarios, incluso esas pequeñas hierbas que nacen a la vuelta de
la esquina entre el asfalto y la acera.